domingo, 3 de agosto de 2008

Un libro fundamental


Pensar con estaño. El pensamiento de Arturo Jauretche.
Autor: Juan Quintar. Prólogo: Jorge Marziali.
Editorial de la Universidad Nacional del Comahue.
Año de publicación: 2007. 241 pags.

Por Cynthia V. Lana

Juan Quintar rescata el pensamiento de Arturo Jauretche “desde las necesidades políticas de una situación determinada, tensionados por la esperanza”, como él mismo dice, y utilizando el concepto de justicia social como articulador.
Se trata de un libro que intenta rescatar, con instrumentos epistemológicos, lo que la obra de Jauretche tiene de permanente; tal vez con la intención de restablecer una memoria fracturada, mediante la genealogía del pensamiento nacional.

Desde ese punto de vista, Quintar identifica los rastros ideológicos en la obra de Jauretche, su “pensar lo concreto, desde lo real, desde acá”, tratando de desentrañar la evolución de su pensamiento, que va desde el conservadurismo hacia el radicalismo y desde allí al peronismo, integrando a través de una línea de pensamiento nacional la experiencia política de las principales etapas de la democracia argentina del siglo XX.

Así, analiza sus fuentes en el pensamiento de clásicos del conservadurismo como el irlandés Edmund Burke, para quien “el sentido común tiene una sabiduría intrínseca, anterior a la razón”.
En ese sentido, Jauretche rescata “la importancia de los saberes populares, construidos en la historia y el rechazo a la pretensión de conocer y transformar la realidad desde aproximaciones teóricas”. Ese saber popular es desestimado por el saber teórico y abstracto, desde Sarmiento en adelante como expresión de la “barbarie”. Para Jauretche “el saber popular es una ciencia que se mueve entre el saber y el pálpito, o lo que dicen instinto, es un saber que no sabe que lo es, por eso mismo es prudente”; además, dice que“ el pueblo se acerca más a la realidad que un intelectual refinado, porque tiene menos que desaprender” .

Juan Quintar identifica como categoría central de su análisis, la construcción de zonceras, de manera tal que esa identificación nos permita pensar nuestra realidad, sin obstáculos culturales. La zoncera, a diferencia del sofisma, carece de argumentación, de razonamiento; son consignas que se instalan dogmáticamente y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera deja de ser zonzo.

Ahora bien, se pregunta Quintar, ¿cómo se instalan culturalmente las zonceras?. Indudablemente, desde el poder político y la superestructura cultural que legitiman (y, muchas veces imponen) los pensadores, pintores, escritores, poetas o académicos.

Dice Jauretche que “las zonceras cumplen con dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad que la respalda (porque lo dijo tal o cual prócer) y otro reforzar dicha autoridad con la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de Rivadavia y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos”. A partir de esta argumentación, “civilización o barbarie” es la madre de las zonceras, lo que convierte a Sarmiento en el gran padre.

En el capítulo “Sobre anteojeras y ojos mejores para mirar la patria”, Quintar se interroga sobre las deficiencias de las ciencias sociales, cuyas producciones teóricas son elaboradas desde Latinoamérica, hacia Europa, buscando legitimación, como una prolongación de la conquista, de la colonialidad en los saberes, los lenguajes, el arte, etc.

En ese proceso se universalizó una narrativa que tiene como centro a Europa Occidental, donde surgen las ciencias sociales, en un momento en que Europa dominaba todo el sistema mundial. Por lo cual, no es extraño que esa narrativa siga siendo —aún hoy— un instrumento de poder y dominación.

Precisamente, argumenta junto a autores como Adriana Puiggrós, Edgardo Lander y Rodolfo Kusch, que, las ciencias Sociales en Latinoamérica han servido más para el establecimiento de contrastes con la experiencia histórico cultural universal (“normal”) europea (identificando carencias o deficiencias que deben ser superadas) que, para el conocimiento de estas sociedades, a partir de sus especificidades histórico culturales.

Supone, con una lógica jauretcheana, la existencia de una élite científica cuyos parámetros son las reglas internacionales de prestigio, antes que las necesidades de desarrollo del país.

También se menciona en el libro el debate Modernidad/Posmodernidad. Para Juan Quintar, la polémica no emergía de problematizar la forma en que hombres y mujeres de América Latina experimentaban la vida moderna: fue una incorporación de la intelectualidad latinoamericana a esas reflexiones que, visto a varios años, no dejó absolutamente nada. La muerte se instaló en nuestras sociedades y sólo un chiste de mal gusto podría comparar la incertidumbre social, económica y de seguridad de uno de nuestros países en los 70´s y 80´s, con la que vivía y vive la sociedad francesa.

Cita a José Pablo Feinmann a este respecto: “El posmodernismo ayuda a nuestros intelectuales a vivir sin conflictos los fracasos del pasado y la inacción del presente. Alimenta el escepticismo, incluso el desdén. Hemos pasado de “el que no milita es un cobarde” a “ el que milita es un idiota””.

Asi, la hiperinflación de 1989 convertía el debate modernidad-posmodernidad en un texto para marcianos. Luego llega la Globalización: un universo de signos y símbolos —difundidos planetariamente por los mass media— empieza a definir el modo en que miles de personas piensan, sienten, desean, imaginan, actúan. Signos y símbolos que ya no vienen ligados a las particularidades históricas, religiosas, étnicas, nacionales o lingüísticas de las comunidades, sino que poseen un carácter transterritorializado y, por lo tanto, postradicional (Castro Gómez y Eduardo Mendieta).

Romper con la idea de que hay un solo lugar de enunciación (a saber: Europa u Occidente y su ciencia), es la tarea que se plantea Quintar. Es una cuestión de locus de enunciación, la opción de dónde pararse es justamente eso, una opción.

En otro capítulo, reflexiona sobre la forma en que Jauretche interpreta la historia y la política. Dice Quintar que Jauretche realiza una crítica histórica de carácter amplio, que va de la forma en que se ha construido el relato histórico —el lugar de los supuestos previos— hasta la puesta en evidencia y cuestionamiento de una política de la historia, que ha sostenido ese relato histórico y un proyecto político hegemónico.

En resumen, la historia es un instrumento de construcción y mantenimiento de poder.

Hay, señala Jauretche, “una política de la historia en función de determinado proyecto que ha requerido que determinado relato sea transmitido de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, sus libros, radio televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclatura de lugares, calles y plazas, almanaques de efemérides y celebraciones. La finalidad es impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional, se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional. Esa historia ha establecido que la finalidad de la emancipación fue construir determinado régimen político, determinada forma institucional y no ser una nación”.

¿Cuál es el modo de pensar la economía de Jauretche?

Para Quintar, busca permanentemente un respaldo en la historia nacional como en la experiencia general de Occidente, especialmente en aquéllos países industrializados que, sin haber protagonizado la Revolución Industrial, lograron superar a Inglaterra.

Analizando el sistema económico internacional y el discurso de la ortodoxia liberal que lo domina, “lo que se quiere mantener es, precisamente no una división internacional del trabajo según la naturaleza —que sería lo liberal—, sino la división internacional del trabajo según una estructura imperial del mundo”. (Política y Economía).

El autor explica que, si en el mercado internacional confluyen países ricos y pobres, no es un ámbito que “por naturaleza” sea equilibrado. Ese mercado internacional refleja las relaciones de poder entre el centro y la periferia. Solo con la fuerza y el poder de los medios de comunicación y la estructura cultural a su servicio, puede hacerse creer que hay allí algo “natural” y equilibrado. De manera que no se trata de discusiones doctrinarias con respecto al liberalismo, sino de intereses nacionales concretos en pugna en el mercado internacional, cuyas relaciones de poder se estructuran de tal manera que no se quiere la intervención política de los gobiernos de los Estados en retraso para que corrijan esa estructura.

Asímismo, la economía jauretcheana defiende un capitalismo nacional en contra de un capitalismo internacional colonizante. “Norteamericanos y alemanes cortaron el traje del capitalismo nacional, adaptando la tijera que aquí los cipayos usaron tal como venía de afuera y de ahí la dependencia”. (La Segunda República).

Jauretche identifica y caracteriza tres fracasos de la burguesía nacional, a saber:

1. Caída de Rosas. Batalla de Caseros. Asamblea constituyente para una nueva Constitución. “Los constituyentes de 1853 buscaron su inspiración en las instituciones de EEUU y hay aquí que preguntarse ¿por qué se quedaron en la apariencia jurídicas y eludieron la imitación práctica?. ¿No entendieron la naturaleza del debate Hamilton y Jefferson, o la entendieron y vendieron después a las generaciones argentinas, desde la universidad, el libro y desde la prensa una interpretación superficial y formulista?”. (El Medio Pelo en la Sociedad Argentina).

2. Roca junto a Pellegrini, Vicente Fidel López, Roque S. Peña, Estanislao Zeballos, Nicasio Oroño, etc., comienzan a ver la posibilidad de un cambio económico. Decía Pellegrini “El proteccionismo puede hacerse práctica de muchas maneras, de las cuales las leyes de aduanas son sólo una, aunque sin duda la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto”.
Pero esas posturas se irán desvaneciendo en la medida en que aumentaban los índices de exportación de carnes y lanas. La fortalecida burguesía porteña asumió su rol conductor, su hegemonía, absorbe en sus filas a los políticos y pensadores que pudieron ser sus mentores, los incorpora a sus intereses y los somete a las pautas de su status imponiéndoles, junto con su falta de visión histórica, la subordinación a los intereses extranjeros que la dirigen.

3. Desde 1945 Juan D. Perón orienta el proceso de sustitución de importaciones y la creciente industrialización del país. Al calor de dicho proceso surge un nuevo tipo de ricos, proveniente de las clases medias e inclusive de los trabajadores manuales. Poco a poco —durante los casi diez años de gobierno peronista— esa burguesía se fue distanciando del proceso que le daba sustento material, para terminar apoyando el golpe contra Perón y el desmantelamiento de las políticas que le habían posibilitado su ascenso.

Así lo sintetiza Jauretche: “(la burguesía argentina) se volvió contra la entrada del país al capitalismo y creyendo hacerse señores rurales se hicieron anticapitalistas. Porque ésta es la paradoja de nuestro proceso histórico. La clase que posee el capital en la Argentina es anticapitalista, es contraria al desarrollo capitalista que alteraría la estructura en que reposa su poder de renta. Y sigamos con la paradoja. La única fuerza capitalista fue el proletariado. (Archivo Arturo Jauretche, citado por Norberto Galasso). Es a lo que Jauretche se refiere como ”medio pelo”.

Quintar se pregunta si el proceso económico y político que vivimos desde 1976 hasta 1991, no habría sido considerado por Jauretche como el cuarto fracaso de la burguesía argentina.

La dictadura (1976-1983) instaló un nuevo modelo económico –ya no basado en la producción industrial, sino en la renta financiera- que transformó fuertemente la sociedad y la cultura política.
Este proceso habría sido imposible sin el apoyo de la burguesía argentina, alentada por la represión sindical que se instalaba y por el recorte de salarios que se proponía. Esa revolución reaccionaria necesitó del terrorismo de Estado, la implantación del miedo y la impugnación del pensamiento nacional para hacer que su propuesta fuese irreversible.

Luego vinieron los golpes inflacionarios contra el gobierno de Raúl Alfonsín, que desarticularon la sociedad y dejaron un país devastado, sobre el cual se volcó una política basada en las privatizaciones, las grandes transferencias financieras, los sobornos y el ajuste fiscal eterno en la década menemista de los noventa, donde lo más evidente fue la pérdida casi total de soberanía, la desarticulación y debilitamiento del Estado que quedó casi incapacitado para detener ese proceso de autodestrucción.

Todavía en 2007 no hay consenso respecto a las líneas generales de un nuevo modelo productivo; un crecimiento cuya clave es un tipo de cambio favorable parece postergar in eternum la convocatoria a la discusión en torno a él.

No cabe duda que para reponerse de los desastres que ha dejado el vendaval neoliberal, habrá que revertir esta situación y recuperar una herramienta central para la defensa de las poblaciones ante los mercados y la megacorporaciones: el Estado.

Agrega Quintar que uno de los objetivos que debemos plantearnos en adelante es el derrumbamiento de zonceras, zonceras tales como: “Un Estado chico, con menos burocracia, pero no por eso menos fuerte”.

La opción de pensamiento y acción es nuestra.

Lejos ha quedado la idea en que el pensar nacional implicaba estar cerca de alguna definición partidaria y colaborar con alguna estrategia para la toma del poder. El pensamiento nacional pareciera volver a enfrentarse a una situación similar a la del 30´s, en la que sin vehiculización partidaria, la gran tarea de sembrar un pensamiento nuevo se impone como la principal empresa, luego del largo vaciamiento de ideas de más de treinta años.

Se trataría ahora de un pensamiento que construya desde los cimientos y no que se estructure con el objetivo y en torno a la toma del poder para luego, “desde arriba” pretender cambiar la sociedad. Promover un pensamiento más rebelde que revolucionario.

Sembrar en la cultura: las semillas están en nosotros.