lunes, 8 de septiembre de 2008



LA GAZETA DE BUENOS AYRES
(Resumen del programa emitido el 9 de mayo de 2008)

Por Gonzalo Segovia (*)

(*) Licenciado en Historia y Master en Historia de las Ideas Políticas Argentinas y Americanas. Profesor titular de Historia de las Ideas Políticas en Derecho de la Universidad de Mendoza, San Rafael y Apoderado Legal del Colegio Corazón de María. Miembro del Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos del CRICYT.

Difundir las ideas revolucionarias

La Junta de Gobierno nacida el 25 de mayo de 1810 creó la Gazeta de Buenos Ayres, el 7 de junio de aquel año, por una orden que aparece publicada en el primer número de ese periódico (1). También se le encarga al secretario de dicha junta, Mariano Moreno, ser el principal redactor; lo que convierte a este periódico, poco a poco, en el medio por el cual Moreno difunde sus ideas. Ideas que giran, principalmente, sobre cuál debería ser el objetivo político, institucional e ideológico de la Revolución.

Sin embargo, esto no desmiente que en la Junta se compartía, en general, la intención de crear un periódico. De hecho, existe la idea escrita muy clara en la orden de fundación, donde se afirma que el pueblo tiene derecho a conocer la conducta de sus representantes.

La libertad de imprenta es uno de los pilares fundamentales del proceso revolucionario. En consecuencia, era de esperar que la Junta asumiera la creación de un órgano de prensa; no sólo para difundir los actos de gobierno, sino también para permitir la posibilidad de crear un ámbito de discusión de ideas.

Claro que no todos compartían el pensamiento de Moreno y el alcance que, sobre todo en los primeros años, tendrían sus ideas con un órgano como la Gazeta.

Gravitación de Moreno

De la lectura de los periódicos, uno supone que Mariano Moreno tenía bastante libertad para publicar. Esto se advierte, sobre todo, en las editoriales. Las gacetas de esa época tenían muy pocas páginas, algunas noticias y por lo general artículos, comunicados o alguna editorial a cargo del redactor principal; que, en este caso, era Mariano Moreno.

Cuando uno repasa editoriales, sobre todo de fines de 1810, se empieza a revelar el Mariano Moreno más airado y fervoroso. Ahí es donde, al menos yo, detecto que quien manejaba la Gazeta era él. Por ejemplo, a fines de 1810, comparte las editoriales con el Dean Funes, y cuando se decide el objetivo que debía tener la reunión de Diputados del Interior que se iba a desarrollar en Buenos Aires por ese año, por el alcance y los contenidos que se describen en la redacción, no se puede dejar de reconocer que quien tenía la línea editorial en sus manos era Moreno.

Por supuesto que la Junta, después de la experiencia de Mariano Moreno y después de la experiencia, en 1811 y 1812, de Vicente Pazos Silva y Bernardo de Monteagudo (quienes se iban turnando en la redacción de las editoriales de la Gazeta), va a cambiar el perfil del periódico: se va a convertir en un órgano del Gobierno. Por lo tanto todo lo que fuera debate de ideas; editoriales que pudieran generar una participación del sector ilustrado de Buenos Aires o el intento de incitar a la reflexión sobre algunos puntos en la opinión pública, se deja de lado. Es decir, se limita la Gazeta a ser el órgano en el que se expresen las órdenes del Gobierno y se publiquen bandos militares, etc.

La influencia de Belgrano

Manuel Belgrano es, en mi opinión, de todos los personajes del proceso revolucionario, aquél que mejor representa el perfil del “ilustrado”. Había estudiado abogacía en Europa, tenía un permiso papal para leer todas las obras prohibidas por el Index —privilegio que muy pocas personas tenían en ese momento—, lo que le permitía el acceso a la bibliografía más actualizada.

Cuando vuelve de España y se hace cargo del Consulado en Buenos Aires, se involucra en los temas económicos y comerciales. En ese contexto encara la publicación del Correo de Comercio, que empezó a publicarse en 1810 y va a durar hasta 1811 (2).

Este periódico —si bien no es una producción con ribetes estrictamente políticos-, a través de todas las editoriales sobre industria, comercio, agricultura, educación, libertad de prensa, etc., permite a Manuel Belgrano, por este medio, filtrar sus ideas modernas, sobre todo en lo que hace al libre comercio. Ahí está bien asentado el derecho de propiedad y el derecho a la libertad de comercio.

Por lo tanto, el rol de Manuel Belgrano es fundamental. Pues con un bajo perfil, a diferencia de Mariano Moreno, contribuye ampliamente a la ilustración en el Río de la Plata. Pero luego —puesto que se trata de un patriota convencido—, cuando le encargan tareas militares, deja de lado toda su labor intelectual y se hace cargo de la expedición militar al Paraguay y luego al norte del Virreinato.

Es interesante imaginarse lo que podría haber sido de Belgrano si hubiese continuado en la función periodística.

La dispersión de los revolucionarios

En aquellos días de 1810 se desata una guerra contra todos aquellos que se oponen al proceso revolucionario. Y en una sociedad donde no existía el recurso humano en abundancia —como lo podemos tener hoy—, el grupo selecto de aquellos que habían hecho la revolución y la apoyaban, debían multiplicarse en varias tareas.

Como dijimos, a Manuel Belgrano le toca ser militar, igual que a Juan José Castelli. Lo que nos permite advertir que, en ese momento, no existía un grado de especialización como el de hoy: todos eran capaces de hacer lo que les tocara en suerte para defender a su patria.

La partida de Castelli y Belgrano —que era más moderado, pero que estaba claramente en una línea independentista— deja prácticamente solo a Moreno en Buenos Aires y su posición política en la Junta se debilita.

Horizonte nublado

Los jóvenes revolucionarios porteños están convencidos que el 25 de mayo de 1810 es el alba de una nueva era. Sin embargo, no tardarán en descubrir que la complejidad del proceso político no admite ilusiones.

Lo que sucede es que comienza a haber resistencia al proceso revolucionario. Cuando vuelve Fernando VII al trono de España, está siempre pendiente de Buenos Aires, que es la única provincia en la que todavía se mantiene triunfal la revolución. Lo cual suscita una expedición armada.

Además, las provincias —de la mano de José Gervasio de Artigas y luego de los otros caudillos federales— comienzan a rebelarse frente a las tendencias unionistas y centralistas de Buenos Aires. Entonces va cambiando el tono.

Por ejemplo, la Gazeta comienza a perder esa calidad ideológica que tenía al principio y ya, hacia los últimos años de la década del 1810 y entre 1820 y 1821, se limita a los partes de batalla; a las noticias generales y a una virulenta crítica y ataque contra los federalistas, a quienes acusa de traidores y de promover el desorden.

Por otro lado, es también interesante ver cómo, desde distintos puntos de vista, esto es generalizado en todo el proceso revolucionario. Al principio de la revolución se considera que “la razón”, con su sola luz, puede disolver las tinieblas en que España había mantenido a los americanos. Y esto se deduce de los primeros números de la Gazeta y otros periódicos.

Pero, a medida que uno va leyendo los editoriales en orden cronológico, empieza a descubrir en los textos un desencantamiento progresivo. A partir de los años 13, 14 y 15, la valoración positiva del hombre va dejando lugar a una imagen del hombre como sujeto de vicios; de hábitos que no se puede sacar de encima y —en un tono pesimista, diría—, condenado al fracaso.

De la misma manera, en lo institucional, si al principio aparecen los órganos colegiados —donde se supone que la razón, a través del debate y el consenso, puede ofrecer las mejores respuestas—, el proceso culmina en la figura del Director Supremo, con atribuciones parecidas a las de un presidente actual. Es decir, del consenso de un grupo de personas pasamos a la concentración del poder en uno solo. Lo cual permite entender, en gran parte, el desencanto de los redactores, mayormente jóvenes y revolucionarios, de la Gazeta de Buenos Ayres.

Un legado ejemplar

El ejemplo que nos dejó la Gazeta, por lo menos en estos primeros años, es el del compromiso con la verdad. En un momento en el que podría haber sido muy fácil utilizar a la prensa naciente simplemente para los intereses del gobierno de turno, personajes como Moreno —como el mismo Dean Funes, a su modo, aunque un poco más egoísta y mezquino—, como Pazos Silva o Monteagudo, hacían una auténtica declaración de fe en la capacidad del hombre para, libremente y a través de la razón, alcanzar la verdad.

Y para ellos en ese alcanzar la verdad, el gobierno revolucionario tenía que quedar expuesto: no podía haber sombras, no podía haber ningún tipo de velo que custodiara o cuidara a las autoridades del alcance de la libertad de prensa y de la libertad de pensamiento.

Por supuesto que hoy las cosas han cambiado y los intereses sectoriales, económicos, políticos y sociales son mucho mayores. Si bien no podemos volver a ese estado de inocencia original, en el que surgió la Gazeta, es importante recuperar el espíritu de una prensa independiente y que además se proponga como objetivo central no simplemente la noticia, sino ilustrar a aquéllos que la van a leer, sean muchos o pocos, pero ilustrar.

NOTAS:

(1) La Gazeta de Bs. As. llevaba como pie de imprenta “los Niños Expósitos”. Allí se imprimía. “Independencia Gandarillas, Alvarez Sol”. Números publicados: 590 números ordinarios, 185 especiales y 53 suplementarios.

(2) El Correo de Comercio se va a publicar en la misma imprenta de la Gazeta de Buenos Ayres; es decir, la de “los Niños Expósitos” y publica apenas entre 58 a 60 ejemplares.

San Lagente (2007)
Jorge Marziali - Epsa Music Argentina


Grabado y mezclado entre febrero y diciembre de 2006 en La Plata - Ingeniero de Grabación: Fernando Chalup - Mezclado por: Fernando Chalup y Jorge Marziali - Ingeniero de Masterización: Juan Pablo Chalup - Producción Artística: Javier Chalup y Jorge Marziali - Fotos: Jorge "Coco" Yánez - Diseño Gráfico: Ulises Barbosa

Artistas invitados: Juan Quintero, Alberto Suárez, Juan Falú, Juan Palomino, Alfredo Abalos, Pilín Massei y Tato Finocchi.

Por Manolo Giménez

“San Lagente” reúne homenajes, intimismos y refritos. Sin embargo, es una obra íntegra. Un disco para escuchar entero y con amigos. Como antes. Como en los años analógicos del vinilo, cuando la sociedad y la comunidad eran la misma cosa y no admitíamos las canciones sin poesía.

Precisamente, a Jorge Marziali esta cuestión de la personalidad saqueada de los argentinos le viene preocupando desde hace algún tiempo. No es algo deducible del contenido formal de sus canciones, que rara vez se detienen en lamentar las derrotas.
Por el contrario, la preocupación está implícita en su obstinada actitud poética por evitar la capitulación; en su insistencia por alcanzar, con trazos de historia y paisaje, la fórmula estética para revertir el resultado de una batalla que parece perdida.

Homenajes, decíamos. Perón, Borges, Jauretche, el Che y Discépolo conviven en “San Lagente” sin molestarse entre sí. Seguramente, porque a Marziali no le preocupan las competencias para establecer el gen argentino, ni las tensiones historiográficas emitidas en blanco y negro.
Las canciones recuperan serenamente el valor emblemático de estos hombres notables del pasado argentino, sin apelar a veneraciones ni sentencias; inspirándose menos en el ícono que en la herencia literaria, intelectual o política.

Dos canciones destacan en este andarivel. Una, “Cuando Perón era Cangallo”, donde se revisa con ritmo milonguero las incompatibilidades electivas del peronismo. Símbolos y tendencias que se entrecruzaron con fervor a lo largo de su historia, van deslizándose sobre una melodía, precisa y solidaria con las palabras, que –como en todo el disco– los arreglos musicales no desmerecen.
Interviene el actor Juan Palomino, de quien no se puede decir lo mismo.

La otra, “Así hablaba Don Jauretche”, construye una suerte de salmo del pensamiento nacional. Es la proeza del disco. Recuperando del olvido al poema “El Paso de los Libres”, pasa en limpio los argumentos y el estilo del creador de FORJA, para constituirse en una contundente apelación a la conciencia nacional autónoma de nuestro pueblo. La suave cadencia campera de la canción hace el resto.

Intimismos. Sin olvidar cómo andan la cosas, Marziali se detiene en los afectos. Le canta a la paternidad reflexiva, junto a su hijo Simón; también al amor maduro y al amor fugaz.
El paisaje interior, la bronca y la nostalgia se dosifican en composiciones que le permiten, por ejemplo, invitar amigos (Juan Falú y Alberto Suárez, entre otros); demostrar que está en un momento artístico inmejorable y darle varios pases de gol al arreglador musical Javier Chalup, que –insisto– cumple sobradamente con el mandato.

En cuanto a los refritos, “El niño de la estrella” le agrega bastante poco a la versión anterior. Pero “Los obreros de Morón”, en cambio, es una cúspide musical e interpretativa gracias al increíble Alfredo Abalos, quien le imprime a este clásico de la música popular un registro expresivo único.

La edición está sumamente cuidada. Una dato no menor, puesto que “San Lagente” puede ser uno de los objetos expuestos y compartidos de la casa. Es más, creo que está pensado para escucharse en las previas del asado; en las reuniones de aquellos que todavía se juntan a discutir las mejores estrategias para transformar la vida o en todas las pequeñas resistencias a una época signada por el narcisismo y los auriculares.