miércoles, 22 de julio de 2009

SIGNIFICACION HISTORICA DE ROSAS

por Silvio Frondizi

Aún en nuestros días, la figura de Juan Manuel de Rosas es idealizada como un estandarte del federalismo revolucionario del siglo XIX y hasta se le atribuye ser el predecesor de los movimientos populares del siglo siguiente. En el texto que puede leerse a continuación—extraido de La realidad argentina. Introducción histórica a su estudio (1973)— , Silvio Frondizi articula fragmentos de otros autores (Rodolfo Puiggrós, Julio Irazusta, Carlos Ibarguren y el propio Rosas, citado por este último) buscando retratar un perfil del Restaurador bastante diferenciado del que diseñaron los primeros revisionistas.


Fue la personalidad de Rosas el punto de partida de todo un movimiento, llamado "revisionista", que tuvo el gran mérito de rechazar las conclusiones totalmente falseadas de nuestra historiografía clásica.

Tiene, sin embargo, algunos defectos graves; el primero, es el de limitar la investigación revisionista a Rosas y todo lo que a él se refiere.

El segundo, es el de deformar el significado histórico de Rosas al no comprender su papel transitorio, y por lo tanto la inevitabilidad de su desaparición. Sueña entonces en una Argentina paternalista basada en la estancia y el gaucho. (1)

Pero lo más grave e incomprensible es que muchos marxistas, que se volcaron al nacionalismo revolucionario, siguieron esta línea y sin entender que si se marcha hacia la transformación revolucionaria de las estructuras de nuestra sociedad, no se puede glorificar el estancamiento, no se puede rechazar el desarrollo capitalista, como etapa previa del salto cualitativo, hacia el socialismo.

Y viceversa, si se exalta el paternalismo de tipo rosista, no puede estarse en una posición revolucionaria tendiente a dar a la sociedad una estructura comunitaria. Sobre todo ahora que el "gauchaje" del país se ha transformado en el obrero del cinturón industrial del Gran Buenos Aires.

Este error ha sido comprendido, sin embargo, con toda claridad por uno de ellos, Rodolfo Puiggrós, que escribe: "Este prólogo quedaría incompleto si no puntualizáramos dos críticas a los rosistas militantes. Son:

1ro. - Su creencia de que los gérmenes de un capitalismo nacional en la esfera rural —la expansión y organización de las estancias junto con el desarrollo de la economía mercantil en la época de Rosas— pudieran ser los orígenes de un desarrollo autónomo del capitalismo argentino, prescindiendo del mercado mundial, de la existencia del imperialismo y del progreso alcanzado por las naciones más adelantadas de la época. Esto es pura utopía, es no tener en cuenta que nuestro país no estaría hoy a la altura que está sí se hubiese encerrado escasamente dentro de sus fronteras, esperando de sus acumulaciones internas de capital, de su educación técnica, de su capacidad creadora, lo que le vino del exterior en pocos años.

2do. - Su desconocimiento del doble papel que el imperialismo cumple a pesar de sí mismo: si por una parte oprime, deforma y exprime a los países poco desarrollados, como era el nuestro a mediados del siglo pasado; por la otra, se ve en la necesidad de trasplantar su técnica, incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular el capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que conducen a la liberación económica de los pueblos explotados por los monopolios. Estas fuerzas o elementos se desenvolvieron progresivamente desde la caída de Rosas hasta nuestra época de revolución nacional emancipadora y son los pilares de esta revolución". (2)

Además, por suerte, no todos los rosistas cometen el grave error que venimos anotando; otros, son mucho más críticos. Podemos citar entre ellos a Julio Irazusta. Queremos referirnos ahora brevemente a uno de sus trabajos, en el que a través de documentos, muchos de ellos inéditos, pone al descubierto la personalidad de Rosas y sus verdaderos propósitos de gobierno.

Dice Irazusta en un párrafo definitorio, por tratarse de un rosista, que:

"En estrecha concomitancia con la preocupación por la política internacional, el equipo gubernativo que tomó la dirección de la provincia de Buenos Aires en las postrimerías de 1820 tenía la idea de organizar el país por medio de una liga diplomática interprovincial. La experiencia reciente había persuadido a esos hombres de que el método de los congresos o asambleas constituyentes era inadecuado entre nosotros.

Recogiendo las enseñanzas de la historia inmediatamente contemporánea, advirtieron, sin duda, que el instrumento ideal de la unificación vanamente perseguido era el encargo de las relaciones exteriores depositado por las provincias en el gobernador de Buenos Aires.

Las acciones y reacciones de unos y otros les indicaban con toda claridad que los provincianos, celosamente irreductibles en la defensa de su derecho a gobernarse por sí mismos, no eran nada recelosos para ceder aquellas facultades del poder soberano conquistado en la lucha por la autonomía, que eran evidentes resortes de un gobierno central, cuando en el gobierno de Buenos Aires se hallaba un hombre digno de confianza.

(...) La experiencia aconsejaba atenerse al método de unificar el país por el encargo de las relaciones exteriores, que había resultado viable, descartando el de reunir congreso, que habría fracasado.

Desde antes de subir al gobierno, Rosas pensaba en la liga destinada a unificar el país".

Podríamos decir, a confesión de parte relevo de prueba. Porque, cabe una pregunta: ¿Es éste el federalismo que deseaban las provincias? Evidentemente no; es casi su antítesis, Y es por eso que Rosas se opuso siempre a la reunión de un congreso general, según lo hemos dicho antes.

Como lo hace notar Puiggrós: "Los tratados, pactos o ligas, entre las provincias, aun en el caso de sustentar ideas federales, dividían la nación en grupos encontrados y favorecían a la larga las intenciones políticas de los dueños del puerto único.

El Tratado del Pilar es el ejemplo más elocuente. Fue impuesto por Ramírez y López al gobierno de Buenos Aires. Era de contenido esencialmente federal. Pero los gobernantes porteños consiguieron transformar esa alianza de las tres provincias en guerra de Ramírez y López contra Artigas, y el Tratado del Pilar no se aplicó.

El Pacto de San Nicolás, complemento del Pacto de Benegas, firmado entre el gobierno de la provincia de Buenos Aires, general Martín Rodríguez, y el caudillo santafecino Estanislao López, se resolvió, asimismo, en la derrota y muerte del caudillo entrerriano Pancho Ramírez".

Vale la pena insistir con Irazusta, y hacerlo con un trabajo posterior a la época peronista, que contiene una síntesis de su pensamiento, en el que Irazusta realiza una tarea esclarecedora con gran probidad científica.

Empieza por reconocer la posición de Rosas junto a Rodríguez. Explica a continuación las discrepancias que lo llevarán a separarse de él y agrega textualmente en una cita que será extensa pero muy instructiva: "Imposible pormenorizar los factores que dieron a Rosas el triunfo en esa pulseada de varios años, pues carecemos aquí de espacio para hacerlo. Unos estaban dados en la situación, omnímodamente determinada, y eran ajenos a su voluntad; otros se debieron a la inferioridad de sus adversarios, de sus émulos o rivales, como a la superioridad de sus asesores. Basta leer la Correspondencia entre Rosas y Quiroga en torno a la organización nacional.

(...) Lo esencial para esclarecer su enfoque del federalismo, es mostrar cómo afrontó la negociación de la Liga Litoral, desde el comienzo hasta la firma del tratado de enero, y entre esa fecha y los veinte años en que afianzó la Confederación Argentina. Fingiendo creer que nuestra federación se componía de provincias más autónomas de lo que eran.

Rosas y sus asesores abogaron por que la reunión entre ellas se efectuara sobre la base de que los representantes de cada una no serian delegados de los pueblos, sino de los gobiernos; y de que las conferencias entre ellos serían ante todo congresos diplomáticos, y subsidiariamente políticos, en la medida que cada Estado particular lo considerase conveniente.

En realidad las autonomías provinciales no eran tan vigorosas como en otras federaciones históricas, por ejemplo, Norteamérica, Alemania o Suiza; puesto que, a diferencia de esos países, la Argentina se había estrenado en la vida independiente con un gobierno central, heredado de la organización española, y el autonomismo había medrado con el debilitamiento de aquel gobierno en la década inicial de la emancipación en vez de ser un presupuesto histórico con que se debiese contar desde el principio al fundar las instituciones nacionales.

Pero como quiera que sea, a la altura de los tiempos a que se había llegado cuando Rosas debió afrontar el problema como gobernante de la provincia con mayor responsabilidad directiva, lo cierto es que las autonomías provinciales parecían más fuertes que cualquier gobierno central a establecer por acuerdo entre todas.

Y el método de Rosas y sus asesores parecía el más adecuado, después de los fracasos experimentados por seguir él a la moda de las asambleas constituyentes, y dada la verdadera relación de fuerzas entre la provincia que acaudilló la Revolución de Mayo y llevó los ejércitos nacionales a los países hermanos para ayudarles a consolidar su independencia, y las restantes que no podían ostentar títulos equivalentes, y habían bregado por la autonomía como reacción a un centralismo mal dirigido, más que como espontáneo afán de vida independiente".

Para concluir podemos ceder la palabra al doctor Carlos Ibarguren, que no puede ser sospechado de parcial. Refiriéndose a los años de ostracismo de Rosas, cuando pudo estudiar y observar el mundo para comprenderlo en su evolución, dice:

"La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas".

Estas apreciaciones de Ibarguren tienen su justificación en las propias palabras de Rosas, que el mismo autor cita:

"Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad, invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida".

"Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso".

"Debe ser prohibido atacar el principio en que reposa el orden social". "Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos, ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!"

"La civilización, la moral, la riqueza, se hunden si no son sostenidas por la cooperación de todas las fuerzas sociales, para sofocar las disidencias anárquicas, y las pretensiones ambiciosas e injustas contra el equilibrio de las naciones, tanto en Europa como en América". (3)

Ésta fue siempre la posición de Rosas; ésta fue la causa de su encumbramiento y ésta fue también la causa de su ruina.

NOTAS:

(1) Confrontar a este respecto los interesantes trabajos de José M. Rosa, típico representante de esa tendencia.
(2) Rosas el pequeño, Buenos Aires. Ediciones Perennis (2ª. edición), 1953.
(3) Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo. Editorial Theoria, 1961.

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