domingo, 26 de septiembre de 2010

ROCA Y LA CUESTION NACIONAL



Por Arturo Jauretche

Si se excluye de su producción literaria Ejército y Política, se corre el riesgo de transformar a Arturo Jauretche en algo distinto a lo que fue: un vigoroso pensador y militante del nacionalismo democrático argentino.

Hoy que
la partidocracia guaranga lo ha convertido en un fabricante de aforismos y cierta prensa tilinga en una especie de humorista, bonachón y afecto al progresismo, resulta de fundamental importancia recuperar, aunque sea fragmentariamente, este libro indispensable para la comprensión de nuestra historia.


En la revolución del 74, el Ejército Nacional liquida definitivamente los restos del ejército de facción de (Bartolomé) Mitre y en la Revolución del 80, la oligarquía porteña es derrotada y el Ejército Nacional impone, conjuntamente con la capitalización de Buenos Aires, un concepto de unidad del país frente a la hegemonía porteña.

Con la presidencia de (Nicolás) Avellaneda se insinúa la formación de la oligarquía nacional que sustituirá a aquélla; ésta tendrá la misma adhesión que los vencedores de Caseros al liberalismo de importación, a las doctrinas económicas detrás de las cuales avanza el interés británico, y tal vez una mayor venalidad caracteriza su gestión.

Pero representando en cierta manera la unidad del país, no puede estar del todo ajena a los intereses del interior y a las tentativas industrialistas que comienzan a recobrarse, y de una manera imprecisa y discontinua comienzan a aparecer las primeras tentativas defensoras de un posible desarrollo nacional autónomo. (…)

La gravitación ejercida por el ejército trae de nuevo una preocupación de Política Nacional incompleta y parcial, pero que es ya algo: la preocupación de las fronteras. La conquista del desierto, la integración de la Patagonia, la formación de la marina, las contingencias limítrofes con Chile y la ocupación militar de los chacos y Formosa aseguran los límites a que nos ha reducido la "victoria" de Caseros.

(…) En los esteros del Paraguay se hundió la conducción mitrista del ejército, con la estrategia y la táctica de las guerras policiales y punitivas de los generales brasileristas uruguayos, hechas al desprecio de la vida humana, que empieza por las del adversario y termina por las del propio cuadro.

Casi todos los "orientales" de Mitre fueron sacados del frente y pasaron a seguir las guerras interiores contra las provincias sublevadas; ¡eran sólo expertos en degollar gauchos desarmados! En esa desastrosa experiencia se aprendió de nuevo la ciencia de la guerra, y un nuevo ejército comenzó a surgir de entre las ruinas. La esterilidad del sacrificio y la convicción de haber servido a una política extranjera, en perjuicio de la nacional, se hizo carne en los nuevos jefes, y se perfiló una figura que habría de restaurar el sentido de la política nacional de la milicia.

Su constructor fue el general (Julio Argentino) Roca —que perdió allí a su padre, guerrero de la independencia, y a un hermano—, cuyas primeras armas se habían hecho en el ejército de la Confederación.

(…) La revolución del 74 es decisiva; enfrenta por fin al ejército de fracción con el nuevo ejército nacional. En Roca se define el Ejército Nacional que ya tiene un conductor y una Política Nacional que aún falta en el gobierno. La aventura revolucionaria de Buenos Aires termina ridículamente en La Verde con la rendición de Mitre, que agrega una más a la cadena de sus batallas perdidas. (La única que ganó fue Pavón y ya se sabe cómo).

Roca caudillo del ejército

El ejército de Mitre termina como había vivido, matando indefensos; el asesinato del general (Teófilo) Ivanowski, por las fuerzas sublevadas de (José Miguel) Arredondo, representa la última demostración de una técnica. La campaña de Roca, ganando tiempo, ante las urgencias de Sarmiento que lo apremia, ignorante de que el general construye su ejercito sobre la marcha, disciplinándolo y acondicionándolo como un ejército moderno, termina en la batalla de Santa Rosa donde el ejército nacional entierra definitivamente al ejército de facción.

Hay ahora en el ejército un sentido elemental de la política nacional que se irá perfilando con la marcha de su conductor. También hay otro estilo que no es el de los degolladores. El general Francisco Vélez refiere cómo el general Roca hizo fusilar, bajo la presión de sus consejeros, a un supuesto espía, que después resultó que era verdaderamente agente de enlace de su amigo (Francisco) Civit.

Agrega Vélez: "Es fama que Roca sintió entonces profundo horror y que formo el propósito de no firmar otra pena de muerte, propósito cumplido religiosamente durante su larga actuación en la jefatura del ejército y del Estado... imputándose tal vez debilidad al haber cedido ante incitaciones de algunos de esos irresponsables que alardean energía aconsejando el sacrificio de seres humanos que otros han de ejecutar".

(…) Sólo Avellaneda, con la modificación de la tarifa de avalúos, reinicia la política proteccionista. Allí están los dos Hernández, el autor de Martín Fierro y su hermano; Vicente Fidel López, Roque Sáenz Peña, Estanislao Zeballos, Nicasio Oroño, Carlos Pellegrini, Amancio Alcorta, Lucio V. Mansilla, según enumera (Jorge Abelardo) Ramos.

Es Pellegrini el que dice: "No hay en el mundo un solo estadista serio que sea librecambista, en el sentido que aquí entienden esta teoría. Hoy todas las naciones son proteccionistas y diré algo más, siempre lo han sido y tienen fatalmente que serlo para mantener su importancia económica y política. El proteccionismo industrial puede hacerse práctico de muchas maneras, de las cuales las leyes de aduana son sólo una, aunque sin duda, la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto".

No es todavía política nacional en lo económico, pero es una rectificación, una atenuación del pensamiento de Caseros. Compárense esas palabras de Pellegrini con las que siguen de (Faustino) Sarmiento: “La grandeza del Estado está en la Pampa pastora, en las producciones del norte y en el gran sistema de los ríos navegables cuya aorta es el Plata". (De paso perdieron la soberanía hasta en la aorta). "Por otra parte los españoles no somos ni industriales ni navegantes y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos a cambio de nuestras materias primas".

¿Ignoraba el señor Sarmiento eso que el señor (Raúl) Prebisch llama los términos del intercambio y que consiste en que año por año aumenta el valor de las manufacturas con relación a las materias primas y que en esa carrera hay que entregar cada vez más carne y más cereales por menos máquinas y menos artículos? ¿Ignoraba también que lo que aumenta el valor de la materia prima es la técnica y la mano de obra ante cuyo precio el valor de esta última representa un por ciento insignificante? ¿Sospechaba siquiera que la lana de un traje no representa ni el dos por ciento del valor del tejido? ¿Sospechaba acaso que sin industrias el mayor valor de la mercadería queda en el exterior, es poder de compra restado al propio país e incorporado al país importador?

(…) Martín de Moussy señalaba los electos de la libertad de comercio que Mitre había inscripto en las banderas del ejército según su arenga: "La industria disminuye día a día a consecuencia de la abundancia y baratura de los tejidos de origen extranjero que inundan el país y con los cuales la industria indígena, operando a mano y con útiles simples no puede luchar de manera alguna".

Dice José María Rosa: “Los algodonales y arrozales del norte se extinguieron por completo. En 1869 el primer censo nacional revelaba que provincias enteras apenas si mal vivían madurando aceitunas o cambalacheando pelos de cabras" (Defensa y pérdida de nuestra Independencia Económica).

Ramos, de quien extraigo esta cita (Revolución y contrarrevolución), nos informa que en 1869 había 90.030 tejedores sobre una población de 1.769.000 habitantes y en 1895 sólo quedaban 30.380 tejedores en una población de 3.857.000. Lejos de importar máquinas de producción, el capitalismo europeo en expansión nos enviaba productos de consumo. No venía a contribuir, a nuestro desarrollo capitalista sino a frenarlo.

Primeros pasos hacia una economía nacional

Esa nueva promoción que tiene a Roca como conductor careció de una teoría nacional de la política y de la economía. Sólo le fueron dados atisbos parciales de la realidad; no así liberarse de las supersticiones ideológicas, pero con todo, su carácter nacional la hizo contrabalancear a los agiotistas y especuladores del puerto de Buenos Aires y posibilitar algún desarrollo industrial.

A ellos debemos la modernización y crecimiento de las industrias azucareras y vitivinícolas, a las que por cierto la metrópoli británica no opuso mayores dificultades, porque el azúcar significaba un golpe al comercio rival de carnes, el saladero, que abastecía a los mercados azucareros del Brasil y Cuba, y la industria vitivinícola contribuía a eliminar otro competidor del mercado de exportación: Francia, abastecedora de vinos.

Pero de todos modos se tonificaron las economías de dos centros fronterizos —Cuyo y el Norte—, y se paró la emigración de sus habitantes al litoral pastoril. Esta época y la de sus continuadores fue también de enajenación de los ferrocarriles nacionales y de concesiones leoninas al capital privado. Pero cumplió, en cambio, una política ferroviaria de sacrificio a cargo del Estado, que tuvo en cuenta las fronteras y estabilizó el norte argentino y la conexión con Bolivia.

(…) Pero lo fundamental es que con Roca vuelve al país el concepto de una política del espacio. Vuelve con un auténtico hombre de armas y vuelve porque ya hay un ejército nacional y la demanda mínima de este, la elemental, es la frontera.

Política nacional de las fronteras

Está la frontera con el indio, abandonada desde Caseros, cuando éste vuelve a rebalsar y hasta interviene en nuestras luchas civiles: Mitre ha traído a los indios a La Verde como los llevó a Pavón seguramente para replantear el dilema de Civilización y Barbarie a favor de la civilización, del mismo modo que Brasil llevó sus esclavos a la lucha por la libertad de los paraguayos.

La primera tarea que realiza el ejército nacional es la conquista del desierto. El plan de operaciones repite el de la Confederación, con medios más modernos pero con la misma visión nacional. Lleva implícita la ocupación de la Patagonia –que se realiza– y la definición de la frontera con Chile que obtiene solución favorable, salvo en el estrecho de Magallanes, y definitiva por la Política Nacional de las fuerzas armadas que representa el fundador del nuevo Ejército Nacional.

Ella no hubiera sido posible sin la construcción del mismo, por encima de las facciones y sometimiento al mitrismo; la extensión vuelve a formar parte de la Política Nacional que se irá complementando hacia el norte, con los expedicionarios del desierto que en Chaco y Formosa consolidan, con la ocupación hasta la frontera del Pilcomayo.

Toca también al ejército nacional resolver la cuestión Capital que algo aliviará al gobierno argentino de la presión constante del círculo de la oligarquía porteña. Frente a Avellaneda vacilante ante la insolencia de (Carlos) Tejedor y los demás mitristas, Roca expresa la posición firme de lo nacional y la decisión del Ejército Nacional de no aceptar más retaceos a la República.

Este es el momento decisivo y es bueno señalar lo que destaca Ramos: al lado de Roca está Hipólito Yrigoyen, jefe del futuro gran movimiento nacional. En cambio, (Leandro) Alem, está del otro lado. Los clásicos al lado de los clásicos, los concretos al lado de los concretos, los realistas al lado de los realistas. Del otro lado los declamadores, románticos arrastrados por el influjo de las palabras huecas, y las ideologías.

Es confusa la historia como que es cosa de hombres. Digamos glosando a (Georges Louis Leclerc, conde de) Buffon que el estilo define las corrientes históricas mejor que las palabras.

Hasta 1916 el pueblo es ajeno a todo el drama histórico desde Caseros. Desde entonces hemos carecido de una verdadera política nacional; pero señalemos los grados: durante el período del mitrismo no fue carencia: hubo política antinacional consciente y deliberada, que se sostuvo en la inexistencia del Ejército Nacional, reemplazado por una milicia de facción.

Con Roca y la reconstrucción del Ejército Nacional empieza a definirse una Política Nacional, zigzagueante entre la comprensión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de los ideólogos (…) hay por lo menos una Política Nacional, la del Ejército, expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una Política Nacional de las fronteras y una política económica a la que falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto por los vencedores de Caseros en obsequio de los "apóstoles del comercio libre".

No llega con todo a constituir sino un mero atisbo de Política Nacional: ella sólo se integrará por la presencia del pueblo en el Estado.

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA NACION EN ARMAS

Por Miguel A. Scenna

Tercera y última parte de la selección de textos de Scenna referidos al proceso histórico que concluyó con la incorporación de la Patagonia a la soberanía nacional. Proceso éste que combinó la astucia militar y diplomática con una concepción territorial nacionalista, integradora, modernizante y democrática. El mismo nacionalismo democrático con que se había fundado nuestro ejército y que habrá de perderse, irremediablemente, a partir de 1955.

En este sentido, vale la pena recordar parte de la Orden del Día expresada por el general Julio A. Roca a sus tropas, el 18 de abril de 1879: "En esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas y hermanos extraviados por las pasiones políticas, o para esclavizar y arruinar pueblos o conquistar territorios de las naciones vecinas. Se arma para algo más grande y noble: para combatir por la seguridad y engrandecimiento de la Patria, por la vida y fortuna de millares de argentinos".


Durante las negociaciones, (Bernardo de) Irigoyen se mantuvo inconmovible en su tesis de la frontera por las altas cumbres, conservando intacta la Patagonia, y para ello contó con el asesoramiento directo de Francisco P. Moreno, el hombre que mejor conocía aquellas regiones, que le preparó mapas, croquis y descripciones.

Generalmente se considera como un triunfo diplomático de don Bernardo el artículo primero del Tratado de 1881. Pero fue un triunfo costoso, pues se renunció a la mitad oriental del Estrecho a cambio de su neutralización. Argentina sólo conservó estrictamente la boca atlántica del paso, en una extensión de diez kilómetros.

También se perdió la mayor parte de Tierra del Fuego y —lo más grave— se accedió a fijar el límite en el canal de Beagle, entregando la isla Navarino. De ese modo se tuvo una frontera abierta, contra natura, y bastante ilógica en el extremo sur, aparte de que la redacción del artículo 1° resultó tan difusa y ambivalente, que sus términos no tardarían en ser cuestionados por la otra parte, configurando a la postre una verdadera victoria chilena.

Bien afirma Alfredo Rizzo Romano: "El límite en del archipiélago fueguino fue fijado en forma injusta y arbitraria, para nuestro país, que desde la época colonial y primeros años de vida independiente ejerció jurisdicción sobre estas islas, dependencias de las Malvinas. En el peor de los casos, considero que la división artificial debió continuar hasta la extremidad sur continental, sin detenerse en las aguas del Beagle".

Muchos sectores recibieron muy mal el Tratado, en ambos lados de los Andes. En Chile renegaban por la "pérdida" de la Patagonia; en la Argentina se acusaba al canciller por el abandono del Estrecho y su despreocupación por retener un importante sector sureño. De allí que fueran de esperar problemas con las ratificaciones, para las que el Tratado fijaba un plazo de sesenta días.

Entró a discutirse en la Cámara de Diputados argentina, pero pasaron más de la mitad de los sesenta días previstos sin que La Moneda lo enviara al Congreso chileno. La situación fue provocando un encono creciente del lado argentino, aumentando la resistencia de los diputados y creando la sospecha de mala fe en la actitud trasandina. Llegó a espesarse tanto el ambiente que, en caso de ser rechazado por Chile, hubiera significado muy posiblemente la guerra.

Tan grave era la situación, que Irigoyen solicitó a Thomas O. Osborn que, en colaboración con su colega de Santiago, retomaran la mediación. Chile solicitó una prórroga indefinida de la ratificación, que fue rechazada por la Casa Rosada. Pidió entonces sesenta días más, que también fueron denegados. Al cabo se acordó un lapso extra de treinta días.

La Casa Rosada ya había resuelto detener la sanción definitiva del Tratado si no entraba de una vez en el Congreso chileno. Entonces Osborn convenció a Irigoyen de que el gobierno argentino debía seguir el trámite legal y ratificar el Tratado, con prescindencia de lo que hicieran en Santiago. Si allí se negaban a ratificarlo y estallaba la guerra, quedaría demostrada ante el mundo la mala fe chilena y la buena disposición argentina.

Seguro de que el conflicto estallaría de no superarse el estancamiento, Osborn presionó cuanto pudo. Respecto de Irigoyen, trabajo le costó pasar el acuerdo en el Congreso. Tuvo que hablar tres días seguidos, el último de agosto y los dos primeros de setiembre, y tal vez su carta de triunfo, lo que permitió la aprobación, fue el dato que, documentado por Francisco P. Moreno, comunicó a los legisladores: en el sur las altas cumbres cordilleranas se vuelcan hacia el Pacífico, rozando sus costas, de manera que una serie de profundas entrantes marítimas, entre ellas el Seno de Ultima Esperanza, quedarían en tierra argentina, ganando nuestro país una salida hacia aquel océano. Finalmente, el Tratado fue aprobado y promulgado el 11 de octubre de 1881.

En Chile también se aceleró el trámite, pese a la dura oposición, y fue aprobado. Faltaba canjear las ratificaciones, acontecimiento que se fijó para el 22 de octubre. Pero nevó tanto que quedó cerrada la cordillera, imposibilitando llevar los documentos. Había tanto apuro por terminar de una vez con tan peligroso asunto, que a las diez de la noche de ese día el canje de ratificaciones tuvo lugar por vía telegráfica.

Momentáneamente, las cosas parecían solucionadas. Hubo abundancia de plácemes. Roca felicitó a Irigoyen. En Buenos Aires felicitaron a Thomas O. Osborn y en Santiago a su colega en esa capital. Todos se felicitaron. De buena fe creían que se había acabado el problema.

Se completa la conquista del desierto

Simultáneamente con la conquista del desierto se creó la gobernación de Patagonia, dependiente del gobierno federal, con capital en Mercedes de Patagones, siendo designado para el cargo Alvaro Barros, que la rigió entre 1878 y 1882. En 1879 la capital cambió de nombre, tomando el de su fundador, y desde entonces se llama Viedma. Al subir Roca al poder tenía decidido alcanzar dos objetivos precisos: continuar la ocupación del sur y reorganizar a las fuerzas armadas, buscando equipararlas con las chilenas, en prevención de un posible conflicto. Las dos cosas las llevó a cabo enérgicamente.

En marzo de 1881, al comenzar la mediación de los ministros Osborn, el general Conrado Villegas comenzó la ocupación del actual territorio neuquino. El 10 de abril la ocupación estaba completada. Ese día, en Nahuel Huapi, las tropas argentinas formadas en orden de batalla, teniendo a sus pica las aguas del Limay y dando cara a la cordillera, llevaron la bandera al tope, en tanto la saludaban veintiún cañonazos que repercutieron en las rocas del soberbio paisaje.

En 1880 también comenzó otro tipo de conquista, no menos dura que la militar, con la llegada de los salesianos a la Patagonia, labor que culminaría en la personalidad del nieto del temido Calfucurá, Ceferino Namuncurá, "el santito de las tolderías", al decir de Manuel Gálvez.

En 1882, la veterana "Cabo de Hornos" del inolvidable Piedrabuena, nuestro primer buque escuela, colaboró con la expedición científica italiana dirigida por Santiago Bove. El segundo gobernador de la Patagonia, Lorenzo Vinter, continuó la exploración y ocupación efectiva del vasto sur, completándola hasta Puerto Deseado en 1884, año en que Ramón Lista efectuó una larga exploración por el centro y poniente patagónicos, y poco después de que el teniente de navío Eduardo O'Connor, navegando por el río Negro y el Limay, llegara a las aguas del Nahuel Huapí.

Desde 1877, y casi anualmente, un mendocino, el capitán de fragata Carlos María Moyano, recorría pacientemente los ríos santacruceños en busca de sus fuentes. Descubrió el lago Buenos Aires, fue subdelegado primero y subprefecto después en Santa Cruz, y cuando esta zona se segregó formando un territorio nacional, fue a muy justo título su primer gobernador. Precisamente el 16 de octubre de 1844, la ley Nacional N° 1532 creó dichos territorios, dividiendo a la gigantesca gobernación de Patagonia en los nuevos distritos que se llamaron La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

También en 1884 comenzó la ocupación efectiva de esta isla, con la expedición del comodoro Augusto Laserre, y en 1885 se fundó la ciudad de Ushuaia, la mas austral del mundo, junto a la misión protestante de Thomas Bridges.

Dos años después, justificando la visión de quienes empecinadamente defendieron la soberanía argentina en la Patagonia, el marino Agustín del Castillo descubrió los yacimientos carboníferos de Río Turbio. Del Castillo siguió hacia el oeste, y pocos kilómetros más allá se encontró ante las aguas del Pacífico en lo que hoy es Puerto Natales. Ante las rompientes del mar enarboló la bandera nacional. Estaba a oriente de las más alta cumbres andinas y, de acuerdo con el texto del Tratado de 1881, en territorio argentino.

Y detrás de los exploradores y los misioneros fueron los colonos, grupos de alemanes, de italianos, e incluso de chilenos, a los que no se negó el derecho a poseer tierra patagónica, grupos que se sumaron a los ya veteranos galeses de Chubut.
Pero también Roca aseguró la defensa del inmenso territorio incorporado. La guerra del Pacífico se desarrolló rápidamente en sus primeras etapas. Las tropas bolivianas y peruanas fueron severamente derrotadas. Los chilenos entraron en Lima, iniciando una larga ocupación. En marzo de 1881, y a raíz del despliegue del ejército argentino en la campaña del desierto, el grueso de las fuerzas trasandinas, al mando del general Manuel Baquedano, regresaron a Chile listas para entrar en acción.

Claro que la guerra con Perú y Bolivia no había terminado, prolongándose indefinidamente y presentando, para el caso de guerra con Argentina, una peligrosa retaguardia. Lima permaneció tres años ocupada por los chilenos, bajo el mando del vicealmirante Patricio Lynch, que no en vano fue llamado "el último virrey del Perú". Pero los chilenos, como ocurre en estos casos, sólo dominaban el terreno que pisaban. En torno suyo se alzaban, inasibles y mordientes, las guerrillas serranas que levantaba un pueblo que se negaba a doblegarse.

La insostenible situación recién halló principio de solución en octubre de 1883 con el Tratado de Ancón, por el cual Perú cedió definitivamente a Chile la provincia de Tarapacá, accediendo a que siguiera ocupando diez años más Tacna y Arica, acuerdo que fue complementado en abril de 1884 con el Tratado de Tregua con Bolivia, por el cual esta República perdió Antofagasta y su salida al mar. Sin embargo, esto no significó la paz, que habría de tardar veinte años en llegar, concretándose recién en 1904 (…) Esta situación del Pacífico habría de gravitar persistentemente, en los decenios futuros, sobre las relaciones de Argentina con el gobierno de La Moneda.

Volvamos a Roca en el año 1881. En esa fecha, el ministro plenipotenciario Thomas O. Osborn calculaba las fuerzas argentinas: contaban con cuatro acorazados, esperándose en breve el ultramoderno "Almirante Brown", de 4.200 toneladas, sólidamente blindado, uno de los buques más poderosos de su tiempo. A su vez, el ejército poseía más de cien mil Rémington y una capacidad de movilización de otros tantos hombres.

No eran superfluas las precauciones. En 1881, Villegas halló a los indios pertrechados con armas de fuego de precisión, indudablemente provistas desde Chile. En 1883, en plena vigencia del Tratado limítrofe, la vanguardia argentina que ocupaba la cordillera neuquina fue asaltada por gran número de indígenas perfectamente armados y equipados. Fueron cumplidamente derrotados, pero quedó la duda de si estaban pertrechados y adiestrados por el ejército chileno, ya que las tácticas empleadas y los medios de batallar no eran precisamente aborígenes. Incluso se sospechó la presencia de oficiales chilenos. Y para completar, una compañía exploradora argentina se encontró a boca de jarro con otra chilena, entablándose un duro combate que dejó un importante saldo de muertos y heridos.

Hubo muchas explicaciones posteriores, muchas idas y venidas, y al cabo se aceptó que los chilenos "no sabían" que estaban en territorio argentino. Por las dudas, entonces, y como auxiliar de los conocimientos geográficos ajenos, más valía tener un ejército y una marina a punto.

(…) Hubo que esperar siete años para que la fijación de límites sobre el terreno, prevista en el Tratado de 1881, comenzara funcionar (…)